Por Fabrizio Scrollini, Director de ILDA.
¡Liberen los datos! Hace poco más de una década, el inventor de la web, Tim Berners-Lee, hizo este llamado para que los gobiernos, empresas e instituciones liberaran los datos que poseían. El supuesto era claro: esos datos podían tener distintos tipos de valor y había una comunidad deseosa de utilizarlos. La filosofía de Berners Lee con la cuál había creado la web, perfectamente podía aplicarse a los datos. Una red que permitiera enlazar datos era la infraestructura que el mundo precisaba para una nueva era de la web. La promesa era la de un mundo con más información, más conectado y con mayor capacidad de entendimiento sobre economía, sociedad y gobierno. El llamado tuvo eco y un movimiento que tiene más de diez años comenzó un gran trabajo para sensibilizar, abrir y utilizar datos – en su mayoría de orígen público- creando nuevos servicios, aplicaciones, y promoviendo colaboraciones.
Un grupo de activistas incluso creó el día de los datos abiertos, llamando a comunidades en todas partes del mundo, a usar los datos. Existen publicaciones globales sobre el estado del arte de los datos abiertos. Desde ILDA, seguimos ese llamado y hasta el día de hoy continuamos de distintas formas, apostando a la apertura.
Pero el mundo ha cambiado radicalmente. Los gobiernos que inicialmente apostaron también por la apertura cambiaron en muchos casos de foco, y en ocasiones se volvieron francamente hostiles a esta agenda. En la última edición del Barómetro Global de Datos Abiertos en 2019 se daba cuenta de que el nivel de progreso de apertura se había enlentecido. Tres años después, en América Latina, donde existe una comunidad de práctica dedicada a estos temas, la apertura parece haberse estancado, según la última medición del Barómetro de Datos Abiertos de ILDA.
El cambio de foco de los gobiernos también habla de otro problema un poco más complejo: los fundamentos de los gobiernos a nivel global se encuentran en arena movediza. A comienzos de 2010 era posible imaginar una era de fortalecimiento de la democracia, donde la transparencia en la era digital era un requisito casi ineludible. Cualquier democracia tiene como requerimiento explicar a la ciudadanía la forma en que decide, dar cuentas de cómo usa sus recursos y establecer la responsabilidad de quienes dirigen con claridad. Dentro de este esquema, el rol de la apertura es bastante obvio, facilitando los procesos de rendición de cuentas y de participación ciudadana; y promoviendo la eficiencia y eficacia de los gobiernos. Pero si la democracia no es la forma de gobierno preferida, entonces la situación de la apertura también cambia.
Un segundo desafío tiene que ver con la evolución de la tecnología. La rápida aparición de aplicaciones de machine learning (inteligencia artificial) ha permitido novedosos usos de los datos con buenos fines, pero también ha puesto en relevancia tres grandes problemas: a) el rol que determinadas compañías jugaron y juegan en procesos de desinformación que afectan directamente al sistema democrático y a su ciudadanía b) la manipulación de nuestros datos personales con fines comerciales y políticos c) e irónicamente la ausencia de datos de calidad para resolver los desafíos globales que enfrentamos. Todos esos bellos algoritmos, diseñados con tanta sofisticación, son tan buenos como los datos que tengan disponibles. Y para resolver problemas comunes, esos datos siguen siendo bastante desactualizados, inexistentes o en el peor de los casos, falsos.
Lo que el futuro depara
El futuro es siempre incierto, pero lo creamos día a día con nuestras acciones. En el contexto de Abrelatam – una conferencia en línea que explora el futuro de los datos de la región- un grupo latinoamericano imaginó distintas versiones del futuro.
Voces como la de Lucía Abelenda nos invitan a pensar el costo de la inacción en torno a pensar los datos y las plataformas desde una lógica pública. En su versión de futuro, Abelenda imagina un mundo donde distintas plataformas han canibalizado el uso de los datos públicos y de la ciudadanía, llevando a lógicas de exclusión en un continente de por sí sumamente marcado por la desigualdad En otro artículo, Guillermo Moncecchi expone sobre la necesidad de considerar la infraestructura pública digital como parte esencial de una estrategia de desarrollo y democratización en las sociedades del sur. Si el poder y el conocimiento quedan concentrados en pocas empresas, el riesgo para la democracia es inaceptable.
¿En dónde queda el futuro en el mundo de la apertura? En verdad, la respuesta es incierta, pero, teniendo en cuenta que el futuro se construye en el presente, hay tres hipótesis de hacía donde ir:
- Precisamos concebir una visión más amplia de cómo luce la democracia en la era digital y qué dice nuestra infraestructura digital sobre esto. Desafíos comunes requieren recursos comunes. La apertura es parte esencial de cualquier visión democrática en la era digital y del tipo de infraestructura sobre la que esta democracia se construye. La manera en que pensamos esa sociedad digital y si regirán o no principios de apertura no es hoy nada clara.
- La apertura y uso de datos sobre los temas más complejos que requieren acción colectiva e innovación, debería ser el norte de lo que las comunidades de datos trabajan. Y aquí acción climática, desigualdad de género y transparencia en el sector público y privado son solo 3 de los más notorios. Con foco en los desafíos es cómo en el fondo se puede colaborar a resolver problemas globales.
- Aún seguimos requiriendo mayores inversiones para lograr que más personas estén alfabetizadas en el uso de los datos, particularmente en el sur global, pero también en las sociedades desarrolladas. La agenda de democratización de habilidades permitiría que el sector privado, gobiernos y sociedad puedan generar más impacto en las áreas más relevantes, así como a las personas proteger sus derechos. Y para guiar estos procesos vamos a seguir dependiendo de herramientas como el Global Data Barometer (Barómetro de Datos Global) y el AI responsible Index (Índice de uso responsable de la AI), entre otras.
En última instancia, el futuro será más o menos abierto en la medida que podamos entender que lo construimos hoy, en un ambiente más complejo y desafiante. Para vivir según sus ideales fundacionales, las comunidades a favor de la apertura tienen todavía un largo camino por delante.